jueves, 10 de octubre de 2013

El suicidio ritual en el mundo samurái

Cuando uno completa todas las etapas de su vida, no le cabe sino esperar el último paso de esta que no es otra cosa que la irremediable muerte. La muerte es un elemento muy importante en todas las sociedades humanas, ha sido mitificada, sacralizada y ritualizada, y en el Japón de los samuráis esto no es distinto.

La muerte podía acontecer de dos maneras distintas ya que la simbología de estas dos formas es radicalmente opuesta. Una se podía incluir dentro de la esfera de lo privado produciéndose por la edad, por una enfermedad o por un accidente, mientras que la otra forma de morir, pertenecía a la esfera pública y bien podía llegar en una lucha o basada en una decisión tomada libremente.

En esta entrada trataremos, por su condicionante social, los tipos de muertes que están vinculadas con la esfera de lo público. Así trataremos la muerte provocada en el campo de batalla y, en concreto, el suicidio ritual denominado seppuku o harakiri, algo limitado al mundo masculino. Este suicidio podía hacerlo una persona de forma individual o bien una persona que representaría a un grupo de naturaleza elitista que en este acto buscaba reponer o ganar fama y gloria, dos valores que, al estar vinculados, hacían de este suicidio ritual un acontecimiento de carácter público. La faceta pública de este ritual se muestra de una forma magnífica en la película Harakiri (seppuku) (1962) de Masaki Kobayashi y  en su remake (2011) dirigido por Takashi Mikii, de menor calidad, aunque en estas películas se ahonda más en el tema personal presentándonos un típico enfrentamiento entre el honor y la necesidad.

Los orígenes de esta práctica no están claros y se piensa que este rito no estaría extendido entre los primeros samuráis donde la idea de suicidio no tendría cabida. Sin embargo, a partir  del S. XII d. C., encontramos como la idea de suicidio va extendiéndose entre los samuráis, en las epopeyas militares de esta época, como por ejemplo el Hôgen monogatari, nos cuentan como los altos rangos de los ejércitos preferían suicidarse antes que caer en las garras de sus enemigos, esto va generando un cambio en el imaginario colectivo que va gestando un cambio en el forma de asumir la muerte y la impureza (kegare).

Dicho cambio se consolidaría de una forma definitiva (y tardía) en el S. XVII. En este siglo se asentarán las bases formales para el seppuku que, a partir de ahora, se convertirá en un método indirecto de ejecución o de castigo para las altas clases sociales para así, tras este proceso, permitir al ejecutado conservar parte de sus propiedades para la familia y reparar su honor perdido. El Estado a su vez lo utilizaba para evidenciar públicamente su autoridad y la de las clases altas. Esto último se refleja de una forma maravillosa en la leyenda de los 47 samuráis donde Osana es condenado al harakiri por herir , previa provocación, a un emisario imperial al igual que sus 47 antiguos sirvientes, ahora ronin, que se vengan matando a este emisario imperial diez años más tarde, estas condenas las manda el Estado para restablecer el orden y, al mismo tiempo, para darle una salida honrada a estos 47 hombres que se convirtieron en héroes y modelos a seguir para el habitante japonés.

Imágen de la película Harakiri(seppoku) del director Masaki Kobayashi
La ceremonia de suicidio comenzaba con un baño purificador al condenado para, después, peinarlo. Luego se le vestía con un kimono, normalmente blanco al ser este un color de luto en el mundo japonés, y se le llevaba al sitio donde se realizaría el seppuku. Una vez en el sitio, que consistía en dos tatamis cubiertos de telas blancas, se le daba dos tazas de sake, viandas y se le permitía escribir un poema de despedida (yuigon o zeppitsu).


Planta enterrada
que jamás floreció.
Así de triste
mi vida fue; y sin fruta 
dar ahora termina

Para finalizar la ceremonia, se le otorgaba una espada envuelta en una tela blanca y arroz para que este absorbiera la sangre y no manchase, algo considerado deshonroso. En ocasiones, se limpiaba la espada en agua para que todo fuera lo más puro y casto.

 Detrás del suicida, se colocaba su padrino (kaishaku) el cuál tenía que decapitar al condenado una vez este se hubiera apuñalado el estómago con la espada que se le donaba. El ritual se suavizó y se suprimió el autoapuñalamiento, así el condenado recibía una daga de madera o un abanico que era una señal para que su padrino lo decapitara.

En el siguiente enlace, se puede observar un caso de harakiri donde se prescinden de los preliminares de la ceremonia: http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=-5xKq2vPUew . Esta escena se extrae de la película de Edward Zick (2003): El último samurái.

Otra forma de suicidio ritual, es el junshi, traducido como “séquito de la muerte”, en el que un vasallo se suicidaba cuando su señor moría. Un caso célebre es el de Hôjô Nakatoki quien se se práctico este rito de suicidio ritual al ser derrotado en una batalla y, junto a él, 432 fieles siguieron su camino.

En conclusión, vemos una práctica ritual de gran trascendencia simbólica y muy arraigada a la cultura japonesa que poco a poco se fue transformando hasta convertirse en una pena estatal para los samuráis de alto rango. Condena que por otro lado, permitía al que iba a ser ejecutado salvar su honor y parte de su patrimonio. Con el paso del tiempo el harakiri como el junshi fueron prohibidos por diversas leyes estatales aunque su recuerdo aún perdura en la mentalidad japonesa.



José Ángel Castillo Lozano


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