miércoles, 6 de enero de 2016

HEINRICH HEINE: ESPÍRITUS ELEMENTALES. Edición y traducción a cargo del Dr. D. José Antonio Molina Gómez*

[*Texto publicado originariamente en Tonos Digital, nº 28. Enero 2015. ISSN 1577-6921 junto a Carmen María López López. Enlace: http://www.um.es/tonosdigital/znum28/secciones/resenas-2--heine.htm#_ftnref8 ]




En esta reseña se presenta la nueva edición y traducción de Espíritus elementales(Elementargeister und Dämonen) del autor romántico alemán Heinrich Heine, a  cargo del profesor de la Universidad de Murcia D. José Antonio Molina Gómez. El campo de estudio del profesor Molina gira en torno a la mentalidad, la cultura y la antropología de la Antigüedad Tardía y la Historiografía alemana del S. XIX. Además de ello, el amor y la pasión que siente hacia la literatura y su valía como traductor están fuera de toda duda, al ser autor de un blog de crítica literaria[1] y ser traductor de autores como el propio Heine[2], Hunger y Harrauer[3], Gregorovius[4], Malaczewski[5] y Schopenhauer[6].

En  esta cuidada traducción de J. A. Molina para Ediciones Irreverentes (2014), nos encontramos ante una obra que fue inicialmente dedicada al público francés, aunque fuera publicada en Alemania en 1837. En ella Heine supera la simple exaltación romántica del pasado y sabe trascender la tópica idealización de los tiempos pretéritos, mostrando un gran conocimiento de la cultura popular alemana, hacia una recuperación de su calor eterno e intemporal para ofrecer su obra a un público que inconscientemente se ha ido alejando de lo primordial, en pos de abrazar una sociedad altamente tecnificada y convulsa.




Este anhelo hacia la pureza que representa lo primordial no supone una ceguera para el autor de Alemania. Un cuento de invierno (Deutschland. Ein Wintermärchen,1844), El señor de Schnabelewopski (Aus den Memoiren des Herren von Schnabelewopski, 1833) o Los Dioses en el Exilio (Les dieux en exilie[7], 1853). Heine se caracterizó por su lucha y por ser un radical defensor de la causa de la libertad, por lo tanto, aprovecha el pasado (la utopía del pasado) como un mecanismo que genera un escenario ideal para realizar una feroz critica de la sociedad de su tiempo y a la maldad y barbarie inherentes al ser humano contemporáneo.

En esta obra, el escritor alemán nos presenta una serie de cuentos y leyendas de la tradición centroeuropea, aunque también abundan aquellas de raigambre germana que conocía gracias a la tradición oral. Pero no solo será la tradición oral su fuente para escribir esta obra, ya que Heine beberá de las obras de los hermanos Grimm, de los escritos de Paracelso sobre los espíritus elementales y de J. Pretorius entre otros. Por ello, uno de los principales deseos para este poeta alemán era resucitar la tradición germánica pagana, anterior a un cristianismo que únicamente erosionaba y destruía esa gran herencia, pervirtiendo los elementos divinos paganos[8]. En este punto aflora todo el anticlericalismo del poeta romántico alemán y su fuerte ironía y cinismo frente al catolicismo y otras religiones como el islamismo[9]. Las primeras páginas de su obra ya nos ponen en la pista de su sentimiento hacia la iglesia que fundara San Pedro[10] y a lo largo de su obra se va repitiendo con mayor o menor sutileza, alcanzando su cenit cuando nos narra la historia de los sacerdotes acuáticos[11] con un tono ácido y corrosivo.

Esta obra huye de cualquier tipo de sistematización por capítulos, epígrafes o algo parecido. Sin embargo, sí podemos observar que sigue cierto orden, ya que va engarzando las distintas historias, leyendas y hechos taumatúrgicos relatados a través de hilos temáticos. De este modo, empieza a contar los hechos asociados al espíritu elemental de la tierra que se vincula con los enanos. Posteriormente continúa con los espíritus del aire asociados a los elfos, luego prosigue con los del agua (nixos) para finalizar con los del fuego a los que asimila al demonio o al diablo, un espíritu elemental pagano demonizado por el cristianismo. De esta manera, las narraciones de Heine siguen un orden lógico, pues en cada relato empieza esbozando una idea que, a la postre, se convertirá en hilo conductor de la historia, que terminará a su vez con una especie de valoración personal. Mediante este mecanismo discursivo, el autor conecta con la prisca sapientia intemporal, siempre ácida e irónica pero sutil, al comparar el tiempo pasado (mundos de los elfos, duendes, valkirias, etc.) con el presente.

De esta forma, se atisba el anhelo que muestra Heine ante un pasado que considera puro frente a un presente desolador. Este fenómeno responde a un estado natural del ser humano al considerar los tiempos pasados como algo mejor. En consecuencia, no ha de extrañarnos que Heine recoja este tópico universal que también se da en la cultura grecorromana con mitos y pasajes como el de la Edad de Oro de Hesíodo o el relato de pueblos como la sociedad hiperbórea[12] o los feacios de laOdisea. Por dicho motivo, el autor alemán representa en su obra los elementos principales del culto en los pueblos indoeuropeos: el fuego, el saber, las piedras, los árboles, los ríos, el elemento agua, etc., y su relación con el ser humano, mostrándonos la naturaleza negativa de éste frente a los elementos primordiales en lo que parece ser una añoranza a un pasado mejor. De la misma forma, no faltan personajes míticos propios del mundo mítico y folklórico germano: valkirias, nixas, valkirias, enanos o elfos, así como reyes míticos como el emperador Federico Barbarroja, el rey Arturo o Sigmund.

Para ir finalizando estas breves notas, nos gustaría destacar la última de las leyendas que cuenta Heine en su lúcida obra y que pertenece al emperador Federico Barbarroja, leyenda que adquiere ciertos rasgos mesiánicos. La leyenda cuenta que este emperador permanece en una cueva un lugar que tradicionalmente ha sido morada de criaturas fantásticas, es decir, es un lugar primordial y puro en sí mismo en la montaña Kyffhaüser. Allí espera con toda su corte hasta que llegue el momento propicio para recuperar su reino e instaurar un espacio que regenerará un mundo donde todos los hombres fueran felices. Esto se conseguiría a través de una serie de augurios: cuando el vuelo de los cuervos cambiase y un árbol antaño seco volviera a echar brotes verdes[13].

Es al final de la obra cuando se vislumbra esa “misteriosa esperanza” (p. 78) del autor en pos de un mundo mejor, no solo en esos mundos creados a partir de su pluma, sino elevando cada una de estas historias como metáfora de esa realidad tan desligada de la pureza a la que aspiraba Heine en sus escritos. Por tanto, este es su último grito desesperado, grito que supo cautivar a toda una generación y que no merece ser relegado al olvido en nuestro días, habida cuenta de que su lectura se puede extrapolar con gran facilidad a nuestro tiempo.

José Ángel Castillo Lozano

Carmen María López López


Referencias:

[1]     Titulado Trazos en la arenahttp://joseantoniomolinagomez.blogspot.com.es/ (consultado el 29/12/2014).
[2]     Para la versión de esta obra se ha empleado la edición Hoffmann y Campe de Hamburgo 7. Band. Über Deutschland, 3. Theil Elementargeister und Dämonen, año 1861, de la que se aprovechó la referencia a las divergencias con las ediciones francesas como se apunta en el mismo prólogo (p. 9).
[3]     Diccionario de Mitología griega y romana. Ed. Herder. 2008.
[4]     Atenais. Ed. Herder. 2013.
[5]     Caballos en el monte. Ed. Encuentros. 2012. En esta edición también interviene Joanna Kudelko.
[6]     El arte de sobrevivir. Ed. Herder. 2013.
[7]     Los dioses en el exilio, cuyo equivalente alemán es Die Götter im Exil, fue publicado inicialmente en Francia, en concreto, en la Revue des Deux mondes (1853).
[8]     Por poner dos ejemplos al respecto: “la opinión cristiana, se resistía a considerar a aquellos espíritus elementalescomo meros demonios” (p. 13) y “En época pagana era de las reinas y mujeres nobles de quienes se decía que podían volar y dicho poder mágico, antes tenido por honroso, fue después, en época cristiana, concebido como unaaberración propia de la brujería” (p. 51).
[9]     “donde el inculto musulmán toma por auténticas las figuras petrificadas a las estatuas y cariátides” (p. 17).
[10]  Sus palabras textuales son “En las hogazas que hace el panadero se dibuja aún el viejo pentalfa y así nuestro pan de cada día sigue llevando el símbolo de la primitiva religión germana. ¡Qué contraste tan significativo arroja este verdadero pan frente al pan de la mentira, seco y sin sal, que nos reparten en el culto religioso! (p. 11).
[11]  “Por cierto ¡estoy seguro de que no sabéis que existen obispos bajo el mar! (…) Quizá la mayoría de los seres marinos sean cristianos, y por lo menos tan buenos cristianos como la mayor parte de los franceses” (p. 41)
[12]  Del que recientemente se ha publicado un somero estudio: Castillo Lozano, J. A. (2014). “La sociedad hiperbórea: ¿utopía o mito? Reflexiones acerca de la naturaleza y el significado del relato hiperbóreo”. Panta Rei. Revista Digital de Ciencia y Didáctica de la Historia, 11-24.
[13]  Lo que es un bonito detalle antropológico cuyo origen debemos rastrear  en los albores de la humanidad y que se ha convertido en un tópico de la literatura universal (cabe recordar que Ulises aparece como un labrador en la Iliadao que una leyenda medieval nos narra que de un palo surgieron ramas que fue un hecho divino para coronar a Wambae) y del cine (como aquel bastón que florece al final de la película de Ben Hur).