viernes, 31 de marzo de 2017

H. P. Lovecraft, El resucitador, Traducción de Juan Cárdenas. Ediciones Periférica. Cáceres. 2014. ISBN: 9788492865864. pp. 96.

*Texto publicado originariamente en EL GENIO MALIGNO. REVISTA DE HUMANIDADES Y CIENCIAS SOCIALES,  ISSN:1988-3927 20, Marzo 2017, pp. 122-123. Página Web y el trabajo en pdf.


Resumen: En esta reseña nos proponemos analizar una nueva edición y traducción de una de las obras más conocidas del maestro del terror y uno de los padres de la ciencia ficción: H. P. Lovecraft. De la misma forma, intentaremos abordar brevemente los temas “lovecraftianos” de esta obra para ofrecer una visión de conjunto sobre su mundo de ficción.

Palabras claves: Lovecraft; Herbert West; Resucitador; terror; ciencia ficción.


De Herbert West, amigo mío durante el tiempo de la universidad y
posteriormente, no puedo hablar sino con extremo terror.
Terror que no se debe totalmente a la forma siniestra en que
desapareció recientemente, sino que tuvo origen
en la naturaleza entera del trabajo de su vida


Nacido a finales del S. XIX (concretamente en 1890), H. P. Lovecraft fue uno de los principales artífices del nacimiento de la literatura de ciencia ficción vinculada al género del terror, bajo unas influencias de corte clásico como pudieran ser los seres de corte mitológico de A. Blackwood o la densidad argumental de Edgar Allan Poe, autor con el que compartía la obsesión de una tortuosa existencia. Este terror al que hacemos referencia, se distancia del terror clásico que puebla la fábula de monstruos, fantasmas o asesinos. La singularidad de Lovecraft radicó en el hecho de dejar una huella indeleble en ese terror que la crítica ha definido como horror “cósmico”. Imágenes sobrenaturales, seres ancestrales o reconstrucciones oníricas representando mundos abstractos que el ser humano no es capaz ni de concebir, son algunos de los elementos que todo lector atento puede encontrar al abrir las páginas de la obra de Lovecraft. Esa es, por tanto, la herencia del genio de Providence ha legado al género. Sin embargo, la obra que nos proponemos reseñar no es participe de este miedo cósmico, si bien es cierto que guarda muchos lugares comunes de la literatura lovecraftiana. El horror del que nos hace cómplice esta obra es un horror más terrenal, fruto de la desviada mente de uno de los personajes que traza con absoluta genialidad en las líneas de este relato.
Herbert West: Reanimador (Herbert West: Reanimator)1 es un relato de terror en seis capítulos “autoconclusivos” escritos por H. P. Lovecraft en 1922. En él se explora la historia de un médico-investigador empeñado en encontrar un elixir que reviva a la gente, ya que para nuestro protagonista el más allá no existe. Por ello, el ser humano es solo un conjunto orgánico, de ahí que sea posible revivir incitándolo. Junto a este médico-investigador, la novela ofrece la presencia de otro personaje que actuará como narrador de la historia, al rememorar desde un futuro estos acontecimientos. Aunque su nombre no sale a relucir en las líneas de esta obra, poco importa que se trata de un personaje innominado, pues no es el protagonista ni aspirará a serlo y a pesar de empezar con entusiasmo la tarea de ayudar a West en sus experimentos, poco a poco va desconfiando de sus métodos para conseguir y reanimar seres vivos.
Al principio, a Herbert West le mueve el puro interés científico, si bien más adelante se convertirá en blanco morboso y obsesivo para Herbert West, hasta el punto de articular su vida entera. De este modo, inicia sus experimentos con animales, pero enseguida considera que tiene que probarlo en seres humanos para obtener el verdadero conocimiento. En este punto, Lovecraft ambienta la novela como si se tratara de Shelley o Stevenson: el científico que se retira a un lugar alejado para tener un laboratorio clandestino. Trazando otros vínculos temáticos con otras obras de la tradición literaria, la resurrección de un muerto recuerda a la memorable historia de Frankenstein, con la que se conecta a través de una vertiginosa fuerza narrativa. A medida que avanza el relato, el lector acierta a vislumbrar la idea del científico obsesionado por un propósito de naturaleza irreal, para cuya resolución no escatima en romper cualquier tipo de barrera moral y que incluso exhuma cierta carácter paródico2 del ancestral conflicto técnica-creador.

La reputación de nuestro médico protagonista en la Facultad de Medicina de Arkham -ubicación ciertamente ficticia- fue empeorando y, durante una epidemia de tifus, Allan Halsey, decano de esta facultad, muere. Aprovechando su muerte, Herbert West prueba su elixir en él, en una narración de Lovecraft que no se entretiene en describir los métodos científicos, pues se otorga total protagonismo a la naturaleza de ese acto. De acuerdo con la lógica interna del relato, el resultado no puede ser peor: Allan Halsey se convierte en un violento caníbal que es encerrado en un psiquiátrico. No es la primera vez que estos experimentos salen mal y tampoco será la última, pues muchos de estos monstruos quedarán vagando por el país hasta que reclamen su lugar al final de la historia.
Tras una serie de mudanzas a otras localidades, finalmente Herbert y su compañero terminan en la Gran Guerra sirviendo como cirujanos, empresa que amerita la coartada perfecta para que el doctor siga llevando a cabo sus experimentos ocultos. De entre los pasajes del relato que impregnan de terror la atmósfera lovecraftiana, uno de los momentos de mayor tensión dramática -de fuerza horripilante y repulsión incisiva- tiene lugar cuando Herbert consigue el cadáver decapitado de un aviador que había sido un pupilo suyo. Lejos de sentir empatía o tristeza por esta situación, despojado de su humanidad, emprenderá un siniestro episodio dando vida a una forma no-humana con la que más tarde tendrá un re-encuentro.
El último capítulo -o relato, ya que fue una novela estrenada a tomos en una revista allá por los lejanos años 20 del S. XX-, es quasi perfecto. El literato de Providence crea una atmósfera envolvente y oscura en la que encontrará su fin el doctor Herbert West, ya que las creaciones perdidas que fue dejando por el camino fruto de su locura, vendrán a reclamarlo a su nuevo hogar ubicado cerca de un cementerio. La escena acontece en el sótano y de ella será testigo su colaborador que al intentar recordarla, no podrá separar lo real de lo ficticio, fabulado o monstruoso, sumergiéndonos en ese misterio tan del gusto de Lovecraft. En definitiva, este último acontecimiento de la obra ofrece una muestra muy perfilada sobre la eterna rebelión de la creación ante el creador, aquí mostrado como un abrupto desenlace para hacer estallar esa atmósfera cargada de fatalismo que rodea a la obra desde su inicio hasta su final.
Resta decir que nos encontramos ante una obra que si bien no se muestra clave para descubrir los arquetipos de la literatura lovecraftiana, perfila esos rasgos que inequívocamente pertenecen a la pluma de Lovecraft; a saber: ese destino/fatum del que el ser humano no puede escapar, los peligros de la ciencia y, vinculado al anterior, los conocimientos prohibidos, siendo en este caso la enfermiza obsesión por retornar a los muertos a la vida, atentando contra la propia naturaleza. En síntesis, a través de los temas que hemos mencionado, se articula una historia que juega de forma morbosa con los sempiternos motivos de la muerte y del más allá, sobre el conflicto entre la técnica y el creador de ésta, todo aderezado con un toque irónico y de humor negro que, a la postre, ha convertido esta obra -junto con sus adaptaciones cinematográficas- en todo un icono dentro del género de la ciencia ficción y el terror enfermizo que se alberga en las profundidades del ser humano.


1Esta edición se toma la libertad de cambiarle el título a “El resucitador”. Debido, a como dicen sus propios editores y traductores a "acuerdo entre editores y traductor. Siempre hemos creído (somos muy lectores de Lovecraft) que en español el asunto central, con todo lo que encierra cristianamente esa palabra, es la resurrección, y no cabe otra" Recuperado de http://www.elconfidencial.com/cultura/2014-03-03/espana-se-rinde-al-terrorifico-culto-secreto-de-lovecraft_95165/ (06/01/2016).


2Vertiente que parece que si toma con mucha más fuerza sus tres libreadaptaciones cinematográficas: Re-animator (Stuart Gordon, 1985), Bride of Re-animator (Brian Yuzna, 1990) y Beyond Re-animator (Brian Yuzna, 2003).

José Ángel Castillo Lozano
Carmen María López López

sábado, 18 de febrero de 2017

El humor y la parodia del III REICH en el cine de Charles Chaplin



El mensaje que lanza la película viene canalizado a través del humor, en este caso, de la sátira, la caricatura y, en definitiva, de la burla. Este arte de lo satírico, tan bien reflejado en nuestra película, permite a Chaplin pintar las contrariedades del hombre; intención que, en este caso, es al mismo tiempo, loable y peligrosa, al tratarse de la imitación exacerbada de Adolf Hitler. Éste y cualquier individuo, ante su caricatura, puede reconocer y captar mejor que nunca sus defectos y faltas, al ponerse al descubierto las vergüenzas del personaje, que es así entregado al desprecio de la multitud y a sus sarcasmos.


Chaplin pretende así, utilizando este dos medios de masas, el cine y el humor, hacer una crítica mordaz de los totalitarismos, concretamente los fascistas, que por aquel momento estaban. Por contra, Chaplin afirma que si hubiera conocido las atroces acciones que llevaban a cabo los alemanes, no hubiese sido capaz de generar todo lo necesario para producir esta película. Sus palabras exactas fueron: “Si hubiera tenido conocimiento de los horrores de los campos de concentración alemanes no habría podido rodar. El gran dictador: no habría podido burlarme de la demencia homicida de los nazis; no obstante, estaba decidido a ridiculizar su absurda mística en relación con una raza de sangre pura”. Por ello, Chaplin quiere lanzar esta vez el mensaje de la importancia que tiene la historia como elemento influyente en nuestra vida diaria, por lo tanto no quiere escapar a ella o mostrar desinterés hacia tales problemas, ni por supuesto negar el proceso histórico, sino al contrario, afirmarlo con total rotundidad, para que quede más clara que su defensa de la lucha entre el fascismo y la democracia es una lucha por la justicia, por la lógica histórica, por la felicidad de su pobre barbero, de la que estaba tan escaso y de la que se le quiere sustraer totalmente.






Este mensaje viene en su mayor parte concentrado de forma magistral al final de la película, un final de evidente optimista, en el que Chaplin, después de haberse quitado la máscara de Hitler, pronuncia un discurso cargado de entonaciones humanas, angustia e inquietudes. Se trata de una auténtica “homilía”, de una “apelación a los hombres” que resume las ideas de Chaplin, sus aspiraciones y su deseo de una humanidad libre y dichosa. En la pantalla, este mensaje al mundo dura seis minutos, y, con él, el director pretende sustituir a la obra y a su intriga, del mismo modo que sustituye por su propia persona la del personaje. Por ello, en este momento, la ideología “chapliniana”, si se me permite la terminología, prevalece sobre su arte al convertirse el antes creador en orador. Con ello, el artista, tal y como afirmó el gran realizador soviético Pudovkin, “quiere mostrar, del modo más claro, el noble fin a que tendía” De esta forma, Chaplin, en la última escena, hace del pobre hombre que tanto tiempo le acompañó un héroe, que ahora no solamente combate para vivir o llevar una existencia de gentleman como en tiempos anteriores, sino por algo más elevado, por el derecho del hombre a vivir como hombre, es decir, al derecho de que se respete su dignidad y libertad como tal, y por ende, su felicidad, cuestiones todas ellas que se estaban viendo subyugadas por la opresión totalitaria del régimen nazi. Este último acto del barbero, lo hace encontrarse con sí mismo, con su voz y su pensamientos, transformándose en la cabeza de una idea social, en paladín de los grandes ideales de la humanidad. Por ello, por primera vez en la creación “chapliniana” se insinúa el tema heroico, el tema de la lucha por modificar el curso de la historia.
Además, Chaplin agrega a la aventura (como siempre conmovedora, ridícula y pavorosa) una nueva sensación y es que, esta vez, las desgracias de su personaje, en este caso, judío, no son personales, sino comunes a toda su raza y a toda la humanidad. Por primera vez, Chaplin va más allá de su pequeño protagonista ya que la lucha por la conquista de un modesto bienestar, se transforma en historia trágica de todo un pueblo, haciéndonos ver además los motivos que originan dicha tragedia de la permanente infelicidad en un enemigo que personifica en sí mismo todo aquello que oprime y mata al hombre. Este enemigo es el fascismo, es Hitler y cuidado porque como dijo Bretch (y está volviendo a pasar): "la fiera que dió luz a la bestia, vuelve a estar en celo".